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viernes, 18 de enero de 2008

TENER UN HIJO


Lo que los padres nunca cuentan

Tener un hijo es, según la mayoría de la gente, algo mágico. Un sentimiento de complemento y pertenencia, de familia y cuidado, es una sensación maravillosa. Pero los hábitos de la gente cambian mucho con la llegada del primer vástago. He aquí un vistazo a su universo.

La búsqueda del hijo
Cuando más lo buscás, más te cuesta. La pareja se la pasa garchando todo el día. Se hacen escapadas durante la hora de almuerzo de sus respectivas oficinas para ir a ponerla a un telo, a la noche generan insomnio al piso de abajo, de arriba y el suyo propio, con el sonido incesante del respaldo de madera contra la pared, que francamente ya está cayéndose a pedazos.
Después de un mes de no tener suerte, concurren a un obstetra que les recomienda controlar las épocas de mayores oportunidades: “no anden desperdiciando esperma, que de por sí ya es bastante poco, y pónganla cuando tengan más chance”, casi como en una ruleta o un programa de Sofovich.
Así, la mujer vive tomándose la temperatura vaginal, saca cálculos galiléicos sobre su ovulación, marcando calendarios como enajenada, hasta que llega EL momento perfecto. Al grito pelado de “a ponerrrrrrla”, la mujer no quiere un acto sexual tierno, cuidado, con mucho amor y dulces besos. Quiere que le llenen la panza de pibes crudos. El pobre muchacho, sin ningún estímulo por parte de su compañera, sólo alcanza a recrear a Nazarena Vélez en Cantando por un sueño para llegar a un climax apresurado.
Apenas termina el coito, la mujer se pone piernas para arriba y mira el reloj. Tiene que ayudar a esos pobres espermatozoides a llegar al centro de la ciudad útero: el óvulo.
Dos semanas después, tiene un retraso. Con lágrimas en los ojos y ansiedad contenida, compra tres evatests (no son 100% fiables) y se dispone a realizar la primera prueba. Es positiva! Pero un poco lavada, no es un azul oscuro. Entonces, se hace la segunda. Sale positiva, y con un poco más de fuerza. Con eso le alcanza: tira el tercer evatest a la basura y llama emocionada a su pareja por su celular Movistar, mientras él está en la estación esperando para partir hacia el trabajo, y le cuenta la gran noticia. Empieza una nueva etapa maravillosa:


El embarazo
Apenas se entera de su embarazo, la mujer se dedica íntegramente a gastar plata: compra el cochecito, compra la cunita, compra el moisés, compra el empapelado con ositos para el estudio, que ahora se convirtió en pieza infantil, compra saquitos, escarpines, mamelucos, gorritos, mamaderas, chupetes, móviles, mordillos.
Termina de comprar todo y todavía no tiene ni un mes de embarazo.
Empiezan las nauseas matutinas: a las siete de la mañana la mujer se levanta cagando y devuelve todo lo que Dios le brindó como alimento al inodoro, en medio de arcadas incontenibles e insultos de baja calaña. Está dándose cuenta que no todo es tan maravilloso.

Va a la ginecóloga día por medio, a evacuar todas las dudas boludas que se le cruzan por la cabeza. Se queda echada todo el día en la cama, para que el óvulo agarre bien en el útero, mirando a Rial y comiendo Palitos de la Selva, mientras su pareja se desloma en el laburo para pagar las cuotas del raid salvaje que la mina se mandó apenas se enteró de la llegada de su crío.

Vuelve a juntarse con sus amigas de la secundaria, para chupar consejos y hablar de puntos de crochet, escarpines y marcas de leche para infantes. Recordemos que todavía no ha llegado ni al segundo mes de embarazo.

Se le hinchan los tobillos, se le hinchan las tetas, se pone fastidiosa. Justo cuando el marido tiene todas las ganas de ponerla, porque su mujer está tetonísima y porque hace más de un mes que no le toca un pelo, ella se raja un pedo (“tengo gases por el embarazo, amor”), eructa y repite ajo, mientras le demanda “un bowl con frutillas”, su primer antojo.

Esto es crucial: si el hombre no responde, lo correrá con la boludez de “le va a salir una mancha de nacimiento con forma de frutilla, todo porque no quisiste bajar a la verdulería!” a lo que él le contestará “pero son las cuatro y veinte de la mañana, no querés que asalte un Jumbo, pelotuda?”. Tanta será la insistencia, que logrará que el pobre y derrotado muchacho le toque timbre a la vecina para manguearle una ensalada de frutas en lata.

A partir de allí, el pedido de elementos digestibles sólo puede volverse más excéntrico, y más a deshoras que nunca. Pedirá carré de cerdo con ciruelas y puré de habas con vino blanco a las tres de la madrugada, un helado de frambuesa diet mojado en ron cubano y prendido fuego, los granos de un choclo cocido, pegados uno a uno en una remolacha hervida, envuelta en dos porciones de pizza de fainá y con cerezas al maraschino como decoración, etc.

Mientras se va acercando la fecha del parto, la mujer se compra libros de autoayuda, asiste a cursos de respiración y gimnasia para embarazadas (cuando nunca en su puta vida hizo un ejercicio, ni en la primaria) y prepara el bolso para internarse en la clínica un mes antes de su fecha estimada de parto.

Cuando llega el momento, de pedo tiene tiempo de agarrar un camisón, casi pare en el taxi y llega chorreando placenta por los pasillos de la instalación hospitalaria más cercana a su casa. El obstetra deberá trasladarse para atenderla, entre puteadas por la falta de inteligencia de las madres primerizas.


El parto y posparto
La mujer está nerviosa, pero lo disimula muy bien. El hombre está transpirando, mareado, con náuseas y una cámara de video en mano. Filmará un corto digno del Discovery Health, con una concha depilada en primer plano, escupiendo fluidos y largando, finalmente, a un hermoso varonci—hey! Es nena?! PERO SI ME DIJERON QUE IBA A SER VARON!!! “Mejor suerte para la próxima, señor, afine la puntería…” La trasladan a una habitación particular, y en los días subsiguientes la pieza se llena de ramos de flores, ositos, regalitos en tonos pasteles y cualquier parafernalia infantiloide.


Al fin en casa!
El crío ya está instalado. Ya berrea para pedir la teta, se caga cada siete exactos minutos y no duerme más de una hora seguida. Como un alien enajenado, se regodea misteriosamente en la miseria anímica de sus padres: no duermen, no comen, no salen, el padre va a trabajar con olor a pis o a caca de leche, recibe vómitos en la camisa recién planchada; la madre tiene que comprarse tapones para no quedar sorda a causa de los llantos hipersónicos, y tiene los pezones a la miseria porque la beba, muy forra ella, no sólo chupa leche, sino que muerde con esas encías que parecen tan blanditas y que en realidad aprietan como dos tenazas de metal.

Sin embargo, al final de cada día, los tres se juntan en la cama matrimonial, se disponen a dormir una hora y son felices. Por lo menos hasta que se despierte a pedir teta

Fuente: www.psicofxp.com/forums/articulos-de-humor.340

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